[sustran] agosto a escala humana

Carlos Cordero Velásquez ccordero at amauta.rcp.net.pe
Tue Aug 26 00:25:49 JST 2003


CICLORED
El boletín del transporte a escala humana
Agosto - Setiembre 03

Domingos de fútbol

Volver a las mañanas de balones corriendo, al malecón, tarde a penas,
temprano siempre, nunca en tiempo. Aparcas tu bicicleta, te sientas a
esperar amigos y turno, que te llegue la hora.

Escuchar a los muchachos gritarse por la pelota, recriminarse el gol
perdido. El bajito le grita al delantero fallido: ¡insiste, insiste! Y éste
le responde: ¿de eso se trata la vida, no? . El joven lavacarros al borde de
la cancha, ante la jugada desleal, reclama al del equipo contrario: ¿crees
que todavía estamos en la inquisición?. Prosigue el partido y mientras uno
se percata de la filosofía intrínseca de los reclamos y los gritos: la
búsqueda de actitudes que sirvan al colectivo, una equidad básica que nos
permita seguir en el juego, sea cual fuere.

Pero más allá de las voluntades hervidas al calor del juego, está el juego
mismo que contiene todas las actitudes ante la vida, el ataque frontal, el
despliegue defensivo, los laterales acercándose al centro, la cooperación y
la competencia, la inteligencia grupal, adornada por la virtud individual  y
su reverso; las limitaciones colectivas, penalizadas por el desgano y la
incapacidad.
Pero todos danzan detrás del efímero balón, buenos y malos, artistas y
aprendices, en juego sus esperanzas.
Después los amigos llegan y te toca a ti.

Las damas aman a los ciclistas

Al verdadero ciclista no le ofende en lo más mínimo que le cierren las
puertas en la cara, pero sí que se las abran. Sobre todo de golpe. Esas
puertas traidoras de los autos, estacionadas en aparente calma, silenciosos
como animales muertos, pueden ser en cuestión de segundos una trampa mortal.
Basta que algún chofer inepto  o cruel (para el caso es lo mismo)  gire sin
miramientos la manija y el honrado ciclista acabará, con toda su alegría
mañanera, estampado en la pista.
En este rubro seamos precisos: los automovilistas, sin ninguna excepción,
son nuestros enemigos. Y como tal debemos tratarlos. No caben diferencias
ingenuas, por ejemplo, entre un piloto raudo y avezado que , casi siempre,
sabe bien lo que hace y uno errático y lento de indudable manejo oriental.
Por distintas razones, ambos son peligrosos.
De ahí que los ciclistas, con frecuencia , terminan relegados a los oscuros
caminos marginales, las veredas (repletas de transeúntes distraídos)  o las
indignas bermas. Y en ciertas ocasiones, vergonzantes y cautos, no tienen
más remedio  que remar contra el tráfico para salvar sus huesos. Aunque ésta
es, al fin y al cabo, la modesta patente de corso sobre la cual, más mal que
bien, los indefensos pueden reposar.
Hasta aquí los lamentos. El ciclista de ley tiene, ante todo, que hacerse
respetar. Está obligado a combatir cual Sandokán, Tigre de Malasia,  por su
derecho en las rutas, los cruces, los semáforos y, de refilón, la vida en
general. Retroceder nunca, rendirse jamás.

Observe al velocista derrotado. Torpe, meditabundo, opaco y manso como una
piedra pómez, temiendo lo peor,  mientras respira , sin el menor remilgo, el
monóxido vil de una combi asesina. Está en una avenida principal, el
semáforo en verde lo favorece y, sin embargo, se detiene aterrado, ante
cualquier gañan  de cuatro ruedas que aparece del aire. Estas historias
deben terminar . Yo también fui un alfeñique de 40 kilos, hasta que hallé mi
personalidad.

Personalidad. He aquí la madre del cordero. ¿ Qué es lo que diferencia,
hablando en oro, al usuario de un Porsche Turbo Carrera 911 de aquel  que
luce una bicicleta montañera, made in china y ensamblaje local ? Simple y
llanamente la personalidad.
El del Porsche tiende a ser agresivo, petulante tal vez, siempre seguro.
Seguridad es entonces la voz. Amén de cierta alegría de vivir.

Ahora, observemos de nuevo al buen ciclista. Nada lo arredra en su marcha
veloz. Una mirada repleta de personalidad le basta para fulminar al
insolente chofer en las esquinas. Hay un toque de gracia en cada movimiento
del pedal, las aves agoreras escapan a su paso y los mirlos cantan sus
hazañas. Por lo demás, es verdad comprobada, las muchachas más bellas y de
buen corazón aman hasta el delirio a los ciclistas. (Antonio Cisneros, El
Libro del Buen Salvaje, Lima, 1994, ed. Peisa).





Reporte
En lugar de decir: " 18 grados centígrados con tendencia a la baja" o
" nubes pasajeras en el frente marítimo "  El locutor dijo: " la stranezza
di un cielo che non e il tuo "  para después añadir: "ni el mío tampoco".
Se puso de pie y se alejó caminando despacio.

El Servicio de Metereología nunca fue el mismo desde de aquella tarde.


El altavoz y los commons

El recién nacido superó milagrosamente los pronósticos. Antes de cumplir
tres meses emprendió el primer viaje por su patria, primero en tren y
después en barco, para ser llevado bajo el cuidado de una enfermera hacia la
costa de Dalmacia, tierra de sus ancestros, a fin de ser bendecido por su
abuelo como el primogénito que era.
En una conferencia titulada "Silence is a commons" presentada en Tokio el 21
de marzo de 1982, Iván Illich rememora aquellos días: "después de mi
nacimiento fui puesto en un tren, después en un barco y llevado a la Isla
Brac. Allí, en un pueblo de la costa dálmata, mi abuelo me bendijo. El
abuelo vivió en la casa donde había vivido mi familia desde la época en que
Muromachi gobernó Kyoto. Desde entonces muchos gobernantes llegaron y
partieron de la costa dálmata; los duques de Venecia, los sultanes de
Estambul, los corsarios de Dalmacia, los emperadores de Austria y los reyes
de Yugoslavia. Pero estos múltiples cambios en el uniforme y el idioma de
los gobernantes cambiaron poco de la vida cotidiana de estos quinientos
años. Los mismos postes de madera de olivo sostenían la casa del abuelo. El
agua seguía recolectándose en las mismas losas de piedra sobre el techo.
"Mi abuelo recibía noticias dos veces al mes. Entonces llegaban en tres días
transportadas en vapor; anteriormente llegaban en barcazas, tardaban cinco
días en llegar. Cuando yo nací, para la gente que vivía en los costados de
los caminos principales la vida transcurría pausada y cambiaba
imperceptiblemente. La mayor parte del ambiente seguía siendo del dominio
común, parte de los commons. La gente vivía en casas hechas por ellos
mismos, transitaba por calles apisonadas por sus animales, era autónoma para
conseguir y usar el agua, podía disponer de su voz para hablar. Todo esto
cambió con mi llegada a Brac.
En el mismo barco en el que llegué a la isla, en 1926, se transportó el
primer altavoz. Pocos habían oído hablar de tal cosa. Hasta ese día todos
los hombres y mujeres habían hablado en un volumen de voz más o menos igual.
De ahí en adelante todo cambiaría; el acceso al micrófono determinaría
cuáles voces serían amplificadas. El silencio dejó de ser parte de los
commons; se convirtió en un recurso por el que compiten los altavoces. El
idioma mismo dejó de ser parte de los commons para convertirse en un recurso
nacional para la comunicación. Del mismo modo que los cercos de los lores
aumentaron la productividad nacional al negar al campesino la posibilidad de
tener unas cuantas ovejas." (Bernardo Hornedo, "Semblanza a Ivan Ilich")


Cartelito de otra historia


Este cartelito contiene otra historia. Una bonita.

El cuento empieza un domingo 13, el día que la muchacha de trenzas largas
encuentra una mariposa revoloteando en la plaza del pueblo.

Ninguna historia termina de verdad, pero en la última página la muchacha
está debajo del roble inmenso y la mariposa en la copa del árbol.

El resto de la historia depende de usted, en realidad por eso es tan bonita.







La dualidad a piedales

Esas distancias ya las conocía: pedales en paralelo, abrazos al manubrio,
ambas ruedas acompasadas al asfalto, la calle y los otros, en fin, la
máquina veloz y tú.
Pero no la comunión: mientras pedaleo vivo abrigado por el viento.

Turbulencias

Un viaje es siempre una casualidad convertida en destino.

Iba de subida, de Madrid a Berlín, traqueteado por las turbulencias del
avión hasta la escala en Munchen, cuando finalmente la  parada nos deja en
una tarde brumosa de sur alemán y el bus nos traslada del avión hasta el
hangar y la zona de tránsito.

Uno de esos buses que parecen ascensores gigantes con nadie que mire al
otro, esa transitoriedad tan parecida a lo precario y efímero de la vida.
Iba yo entre muchos, decía, cuando veo a esa mujer entrada en años, cuyo
rostro familiar me llama poderosamente la atención. La miró, con esas
miradas atrevidas que los europeos no tienen o no quieren, con la abismal
semántica  entre look y stare,  la veo y de pronto en esa mirada recuerdo
una más antigua, sentado en un cine de barrio y adolescencia. La miro y casi
estoy seguro de  revivir el instante  febril, la pasión juvenil  de una
butaca ahora inexistente.

Después observo a los otros pasajeros y nadie parece notar su presencia y
tal vez me equivoque y no sea ella, esa italiana imposible, sentada
esperando en las puertas del Vaticano una audiencia también improbable.
Después bajamos del bus y sin querer, en la ruta de todos, la persigo y veo
al señor, impecablemente vestido que parece su esposo, al joven alto que
parece su hijo y todavía no estoy seguro, pero el hombre en alemán le dice:
Claudia, vamos.
Entonces el viaje de Munchen a Berlín tiene otras turbulencias mayores, la
resaca de la memoria, los ojos del primer amor, la sombra de los árboles de
mora  y una adolescencia extraviada.

Y de pronto anochece...
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de pronto anochece.
(Salvatore Quasimodo, De «Aguas y Tierras», 1920-1929)


El ciclista

Las estadísticas mienten. Es un solo ciclista el que recorre la ciudad.
Invisible entre el tráfico, cabalgando entre los autos, esquivando peatones,
montándose la ciudad encima. Espectro entre el humo y el ruido. Uno sólo
entre miles, despojado de atavíos, espejo de su persistencia.
Esta mañana después de buscarlo entre políticas posibles, en infinitas
reuniones de trabajo, escrito en informes y propuestas por fin lo veo y
despacio, como quien no quiere la cosa,  a su lado pedaleo.

Cartelito tres


Este cartelito sirve para pegarlo cuando uno decide todavía de qué color
pintara la pared. Normalmente lleva unas letras pequeñas que dicen "lúcuma"
o "azul", indicando el futuro cromático del muro casero.

Usted puede incluir muchos colores en este cartelito, tantos como le alcance
el gusto o la imaginación, pero recuerde que esos tonos sólo alcanzan para
esa habitación. En la siguiente ya hay otra persona pensando " a este cuarto
le vendría bien una mezcla de bermejo y crema" y no se trata de influenciar
divagaciones cromáticas ajenas.



Carlos Cordero Velásquez
CICLORED - Centro de Asesoría
y Capacitación para el Transporte
y Ambiente

Pasaje Lavalle 110 -
Lima 04
Perú

telf: (51 1) 4671322



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